VIE
Primero llegas, sin instrucciones.
Respiras como si el aire supiera algo que tú no.
Tu llanto llena un cuarto, tus padres se miran.
Todo cambia, aunque nadie lo diga.
La infancia es un territorio desconocido,
donde el mundo es un gigante y el tiempo, interminable.
Te caes, te levantas, exploras.
Ellos te enseñan sin palabras,
y tú aprendes que la vida es un fuego que no se apaga.
El colegio aparece, imponente.
Hay reglas, hay lecciones,
hay amigos que prometen quedarse para siempre.
El patio es un universo,
y tú eres un héroe que aún no sabe que lo es.
La adolescencia llega como un río desbordado,
caótico y lleno de secretos.
Tu cuerpo cambia, tu voz se rompe,
tu corazón tropieza y late con fuerza.
Las palabras hieren más que los golpes,
y te descubres buscando algo que no tiene nombre.
Piensas que lo sabes todo.
Te rebelas contra lo que no entiendes.
El futuro te espera, pero tú sigues en el presente,
soñando con todo y con nada al mismo tiempo.
El amor aparece de improviso,
como una tormenta que deja tanto caos como belleza.
Es torpe al principio, pero tiene su magia.
Te pierdes en miradas, en silencios,
y descubres que el cuerpo también habla.
Con el tiempo, buscas tierra firme.
Un trabajo, una casa, algo que sea solo tuyo.
Te caes, te levantas, sigues adelante.
El fracaso no te detiene, es solo parte del camino.
Construyes una familia, llenas una cuna.
Y descubres que ser padre es como tocar la luna.
Cada sonrisa de tus hijos ilumina los días más oscuros,
y aunque las noches sin dormir pesan,
es un peso que eliges llevar con amor.
Los años pasan y el ciclo continúa.
Ellos crecen, se van,
y tú aprendes a soltar.
Miras atrás y el recuerdo te consuela,
te llena, incluso en su ausencia.
Entonces, llega el turno de los nietos.
Sus manos pequeñas, su risa nueva.
Les cuentas historias que tal vez no recuerdas del todo,
pero ellos escuchan como si todo fuera cierto.
Y ahí, en sus ojos, encuentras el futuro que ya no es tuyo.
Los días se hacen más lentos, la memoria te engaña,
pero la gratitud por lo vivido nunca te falta.
Aceptas que todo tiene su fin,
y, en lugar de temerlo, lo abrazas.
Cuando llega el último día, no hay terror,
solo gratitud.
La vida fue tuya,
y aunque no la entendiste siempre,
la viviste, la amaste, la sentiste.
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