SHOWCERO

Era viernes por la noche, y Daniel regresaba a su casa, como siempre, directo a su departamento en Montparnasse. No estaba bien, y lo sabía. No era esa tristeza pasajera que se cura con una charla casual o un episodio de alguna serie cómica. Era una nube espesa, opaca y aplastante, como si un elefante le hubiera estacionado las nalgas sobre el pecho. Su rutina era un túnel sin salida, y ese día, como tantos otros, la caminaba en piloto automático. Extrañaba a sus hijos. Los extrañaba tanto que cada recuerdo se sentía como un cuchillo. Extrañaba sus risas, sus gritos desordenados que llenaban de vida cualquier espacio. Extrañaba los abrazos de su hijo mayor, esos que lo hacían sentir que todo iba a estar bien, aunque fuera mentira. Ahora, su departamento era un mausoleo donde el eco del silencio le devolvía una y otra vez su soledad. Ese viernes en particular, todo parecía más pesado, más definitivo. No sabía cómo se sentían los suicidas justo antes de dar el salto, pero sospechaba que ...